Nueva Orleans tras el paso del Huracán Katrina - Foto: Radhika Chalasani
Puede considerarse que prepararse para un desastre poco probable es de paranoicos, pero en 2005, todos los expertos consideraban que los diques de Nueva Orleans resistirían la fuerza del huracán Katrina, y sin embargo, no lo hicieron provocando miles de muertos; hasta el año 2020 era inimaginable que un virus podría generar un estado de alarma por pandemia global como lo hizo el COVID-19; y hasta el año 2021, todo el mundo consideraba muy poco probable que una ciudad como Madrid pudiera quedar colapsada durante días por una tormenta de nieve, pero en enero de ese año, la borrasca Filomena demostró que era posible.
En los últimos tiempos, hechos como los atentados del 11S, la gripe aviar, el tsunami del océano Índico que afectó principalmente a Tailandia, el terremoto y tsunami que provocó el incidente nuclear en la central japonesa de Fukushima, así como otros hechos más focalizados en países concretos, han supuesto un incremento del número de nuevos preparacionistas. Gente que se preocupa y quiere estar preparada para cualquier tipo de desastre que pueda venir.
Hoy en día, el riesgo de una nueva guerra mundial a raíz de la invasión rusa de Ucrania, la anunciada posibilidad de un evento Carrington por el actual ciclo solar, o los efectos del cambio climático que suponen un mayor número de terremotos, erupciones volcánicas, o inundaciones, hacen que el interés por protegerse no parezca nada paranoico, sino todo lo contrario.
Podría considerarse que la causa por la que una persona acaba siendo Preper es por miedo. El miedo es libre. Hay quienes tienen miedo a la oscuridad, a las alturas, a los espacios cerrados. De ser así, el Preper temería no poder sobrevivir a un grave incidente inesperado. En lugar de ignorar esa posible contingencia y vivir el momento, de resignarse a la divina voluntad, o encomendarse a la diosa fortuna, el preparacionista crea su propia suerte buscando la manera de mantener el control de la situación en caso de producirse un desastre. Para ello, lucha contra la aprensión de la manera en la que se vence cualquier otro pánico o fobia: Enfrentándose a él. Se documenta sobre los posibles peligros que puedan afectarle, planifica la manera de afrontarlos, y se abastece preventivamente de lo que pueda necesitar.
Tal vez no sea miedo. Tal vez es más bien prudencia o precaución. Pero, ¿acaso es excesiva?
A un nivel muy básico, cualquier persona responsable es un preparacionista. Quien voluntariamente, y no por obligación, se abrocha el cinturón de seguridad cuando se monta en un vehículo se está preparando para minimizar los riesgos ante un posible accidente. Quien cierra el paso del suministro de gas al acostarse y también del agua cuando se va de vacaciones previene la posibilidad de morir por inhalación de gases mientras duerme o de encontrarse la casa inundada a su regreso. Quien instala una alarma para evitar que puedan robar en su negocio o domicilio toma medidas para prevenir ser saqueado. En todos los casos, no tiene porqué producirse un accidente, una fuga, o un robo, pero al actuar preventivamente minimiza las consecuencias. ¿Estas medidas de precaución son excesivas? Habrá a quien se lo parezca.
La preparación ante un riesgo improbable es algo habitual en nuestra vida cotidiana y en la mayoría de los casos no nos asombramos por ello. La probabilidad de morir en un accidente de avión o en un barco son muy bajas, (1 entre 8 millones y 1 entre 6 millones respectivamente), sin embargo, cada vez que subimos a uno, nos preparan para esa situación informando de las medidas básicas de seguridad.
La precaución ante un hipotético peligro, sea éste factible o no, es algo que nos inculcan desde pequeños. A muchos, siendo adolescentes, nuestros padres nos decían: guarda algo de dinero suelto por si tienes que llamar desde una cabina (cuando no existían móviles), o reserva un billete de mil pesetas para coger un taxi «por si acaso». Y lo que no nos enseñan lo aprendemos, a veces a fuerza de palos. Quien ha vivido alguna vez una experiencia traumática toma medidas para no verse en la misma situación de nuevo, así, el que ha estado a punto de morir atrapado por un cinturón de seguridad que no se abre en un coche accidentado a punto de incendiarse, no vuelve a subirse a un vehículo sin llevar consigo algún utensilio que le permita cortar rápidamente el cinto y romper la ventanilla para escapar. Tal vez, a quien no ha experimentado esta situación le resulte chocante, excesivo o extraño llevar siempre una navaja con punzón rompecristales. Ya le digo yo que al superviviente le importará bien poco que le juzguen de aprensivo. Su tranquilidad y seguridad vale más que lo que otros piensen de él.
Filomena en Madrid - Foto: EFE
En un mundo perfecto, prevenir las consecuencias de cualquier catástrofe no sería una obligación del ciudadano de a pie, ya que es responsabilidad del estado. Los gobiernos deberían contar con la infraestructura y medios necesarios para hacer frente a cualquier vicisitud plausible a escala nacional, regional y local. En apariencia existen organismos encargados de vigilar y actuar en estas situaciones, pero su grado de efectividad inmediata sería nula ante un desastre de gran magnitud. Como suele decirse, cuando los políticos hablan, sea de lo que sea, hablan de dinero. Económicamente, pocos estados invierten en grandes planes de emergencia, y las partidas presupuestarias destinadas a este fin se ven sometidas a criterios de probabilidad. En caso de producirse una catástrofe, es más factible que se trate de un hecho de corta duración localizado en un área concreta, lo que requiere una menor inversión que la necesitaría para afrontar una emergencia de larga duración y/o que afecte a todo el conjunto de la población. Toda vez que no se plantean esos escenarios, aunque existan estrategias de actuación prediseñadas, una movilización a gran escala sería más lenta y no se dispondría de avituallamiento inmediato. En consecuencia, la ayuda tardaría en llegar a todas partes; se priorizarían dónde actuar según parámetros de interés; y los suministros llegarían con cuentagotas dado el alto volumen de población a la que atender.
Como esto no es algo que se divulgue, ya que puede suponer una falta de previsión, o impresión de gestión negligente, cualquier persona meridianamente responsable procuraría prepararse por su cuenta, cuanto menos para afrontar situaciones probables según dónde uno resida como: la cercanía a un volcán que pueda activarse; una falla tectónica que produzca un terremoto; proximidad a una central nuclear que pueda averiarse; residir cerca del cauce de un río o presa que pueda desbordarse; entre otras. Un Preper lleva su previsión al siguiente nivel, preparándose material, psicológica, e intelectualmente para afrontar otros riesgos cuya probabilidad sea inferior pero no descartables como: atentados terroristas, conflictos bélicos, pandemias, etc.
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